La innovación es una disciplina que se puede gestionar, y no debe ser confundida con la creatividad.  Esta es la opinión de Esther Baldwin, Research Proliferation Manager de Intel

En una entrevista que le hizo Michael S. Hopkins, editor jefe de la MIT Sloan Management Review, Baldwin se explayó acerca de sus ideas y enfoque en relación a la mejor forma de apoyar el proceso innovador dentro de una organización.

En sus propias palabras: “Tradicionalmente la gente piensa que innovar tiene que ver con ser creativo, con ser capaz de crear ideas.  De hecho se trata de un área muy disciplinada.  Las compañías pueden realmente gestionar la innovación de la misma manera en que gestionan la calidad”

En primer lugar es importante destacar quién es y cuáles son los antecedentes de Esther Baldwin, para luego pasar a analizar sus dichos y ver en qué medida tienen sentido y podemos aprovecharlos en nuestro beneficio.

A lo largo de su larga carrera en Intel, Esther Baldwin ha lanzado el Centro de Innovación de esa firma en Shanghai y ha construido centros de datos globales para su compañía en Japón, el Reino Unido y los EEUU.  Actualmente, en su función de gerente para la proliferación de la investigación, se ocupa de presentar a las empresas diferentes formas de usar inteligentemente la tecnología de la información para filtrar, capturar y analizar ideas innovadoras.

Volviendo a la afirmación de Baldwin: la innovación es una disciplina que se puede gestionar tal como se hace con la innovación, tenemos que reconocer que se trata, en sí misma, de una propuesta innovadora.

Estamos acostumbrados a asociar innovación con la idea de una “chispa creativa” que nos permite concebir y lanzar un nuevo producto al mercado.  Este concepto erróneo nos lleva a su vez a concebir a la innovación como el producto de un genio o grupo de individuos dotados intelectualmente y capaces de imaginar sistemas y productos novedosos.  Nada más alejado de la realidad.

Si bien es cierto que la “chispa creativa” debe estar presente, ya que sin ella la innovación no sería posible, no es menos importante que la organización se encuentre preparada para detectar esa idea innovadora, incubarla, nutrirla y desarrollarla hasta que cobre vida propia y pueda auto sustentarse.

No son pocas las  “grandes ideas” que terminan guardadas en un cajón sólo porque su autor no fue escuchado o comprendido, o porque el entorno organizacional no fue lo suficientemente benigno como para dejar que la idea creciera hasta convertirse en algo factible.

Durante el proceso que dará lugar, en caso de ser exitoso, a una innovación, se pasa por diferentes etapas:  la observación de una necesidad, la aparición de una idea, el desarrollo de prototipos, la prueba del concepto en un entorno controlado, su refinación y el lanzamiento.  Todo esto, como dice Baldwin, seguramente nos llevará a introducir cambios en diseño, desarrollo, manufactura, producción, marketing e inclusive en el refinamiento del modelo de negocio.

Como puede observarse, una innovación no es sólo un nuevo producto (de hecho muchas veces la innovación no tiene que ver con nuevos productos sino con cambios en alguno de los procesos mencionados anteriormente), sino una actitud y un enfoque de toda la organización hacia el cambio.

Una vez aceptado este concepto, esta nueva forma de entender a la innovación, resulta mucho más fácil aceptar las ideas de Baldwin de entender a la innovación como una disciplina que puede gestionarse.

Lo mismo pasó con el movimiento hacia la calidad total en las empresas.  Al principio se entendía que la calidad tenía que ver con el producto final, pero a poco que la gente interesada empezó a perseguir el objetivo de la calidad en el producto final se dio cuenta que era necesario realizar una gestión integral de la calidad en toda la cadena de valor, llegando incluso a los proveedores y a los clientes.

De la misma forma se debe encarar la innovación.  Como una disciplina en la que pueden establecerse procedimientos y estructuras organizacionales que permitan no sólo el nacimiento, sino también el desarrollo y maduración de los conceptos innovadores que surjan del “pool de creativos” de que dispone la compañía.

Es claro que para innovar hay que tener ideas, pero ese es sólo el comienzo.

Cosas a tener en cuenta:  desarrollar redes de intercambio de conocimientos dentro de la empresa, facilitar la comunicación interna y externa (en este caso con proveedores y clientes), mantener los incentivos a los “creativos” pero incluir en ello también al resto de la organización (tenemos que lograr que toda la empresa sea innovadora, y no sólo un puñado de iluminados), aceptar que los problemas y las necesidades  representan una oportunidad para alinear a la organización tras la búsqueda de una solución innovadora, eliminar todo rastro de una cultura penalizadora del error y crear una cultura permisiva con la experimentación y los errores que de ella puedan derivarse.

En definitiva, dejar que el conocimiento y la información fluyan de una manera libre, pero a la vez ordenada, dentro de una estructura organizacional diseñada para ser innovadora.