Bobby Jones, el mejor golfista de la historia, alguna vez dijo: “Yo nunca aprendí nada de un partido en el que gané”. Una reflexión acerca del valor de los errores como fuente de aprendizaje.

Este es el mes en el que se juega el Masters de Augusta, uno de los cuatro torneos de golf más prestigiosos del mundo y el único que se juega siempre en el mismo campo, el Augusta National Golf Club, un club fundado por Bobby Jones, considerado por muchos como el mejor jugador de todos los tiempos.

Todo lo que rodea al Masters es muy especial y muchas de las características que hoy vemos en todos los torneos de golf alrededor del mundo fueron tomadas de innovaciones implementadas por primera vez en dicho evento, tales como el uso de cuerdas para separar a los asistentes de los jugadores alrededor de la cancha, la instalación de tableros con los scores alrededor del campo para servir de información tanto a jugadores como al público, el uso de los colores verde y rojo en esos tableros para indicar el sobre o bajo par de los scores, y la instalación de un espacio especial y aislado para que los jugadores puedan revisar, firmar y entregar sus tarjetas.

Esta última innovación tuvo su origen en un suceso que tuvo como protagonista a nuestro querido Roberto De Vicenzo, cuando este perdiera la oportunidad de disputar un partido de desempate por el primer puesto debido a un error involuntario cometido por el jugador que le llevaba su tarjeta.

El lugar donde se firmaban y entregaban las tarjetas era caótico, con mucha gente saludando y hablando alrededor.  El jugador argentino firmó y entregó su tarjeta sin siquiera revisar su contenido, sellando su suerte de manera definitiva, ya que las reglas del golf establecen que una vez firmada y entregada una tarjeta, el score registrado no se puede modificar.

El error de De Vicenzo, reconocido por todos pero en particular por la organización del torneo, sirvió para modificar la manera en que de ahí en adelante los jugadores revisarían y entregarían sus tarjetas. Hoy en día, después de cada ronda, los jugadores ingresan a una cabaña junto con oficiales del torneo y allí, con total tranquilidad,  proceden a revisar, firmar y entregar sus scores.  Desde esa modificación nunca más hubo sucesos como el que le costara la posibilidad de ganar el torneo a De Vicenzo.

El valor de los fracasos

Todos sabemos que los errores, si son reconocidos, analizados y tomados como una fuente de aprendizaje, constituyen una gran oportunidad para generar valor.

El propio Bobby Jones alguna vez declaró que nunca había aprendido nada de un partido en el que hubiera ganado y tenía razón. Nada nos enseña más y mejor que un fracaso, siempre que la humildad de reconocerlo y la disposición a aprender a partir de él.

Es que el éxito es mucho más difícil de analizar. Después de todo, si nos va maravillosamente bien, es seguro que se debe a que somos unos genios, ¿no es así?

En uno de los videos TED que a mí más me han impactado, David Damberger cuenta cómo la organización a la que pertenece, Ingenieros Sin Fronteras, comprendió no sólo el alto costo de sus propios errores, sino la importancia de divulgarlos y trabajar con ellos para generar instancias de aprendizaje y superación.

En su presentación, Damberger cuenta como se dio cuenta que muchas de las iniciativas de Ingenieros Sin Fronteras terminaban abandonadas e inservibles tras un par de años luego se su inauguración debido a que siempre se preocupaban por recaudar fondos para construir, pero rara vez lo hacían para controlar y mantener la infraestructura que habían construido.  Así es como, ya sea por falta de repuestos, rutinas de mantenimiento o mano de obra capacitada para realizar reparaciones, muchas comunidades se quedaban sin agua potable unos pocos años después de pomposas inauguraciones.

Inaugurar es fantástico, afirma Damberger, porque genera visibilidad y atrae más donaciones, mientras que mantener canillas, cañerías o motores no es sexy, no ofrece muchas oportunidades para sacar buenas fotos y de ahí que casi nadie piense en ello.

Al darse cuenta del tremendo error que estaban cometiendo, invirtiendo fondos y trabajo en iniciativas destinadas a fracasar porque nadie había considerado cómo mantenerlas en el futuro, David entendió que ello no sólo debía solucionarse sino que también  merecía ser difundido para que otros no cometieran los mismos errores.  Así es como en 2010 Ingenieros sin Fronteras publicó por primera vez su Informe de Fracasos.

En dicho informe, que se publica con frecuencia anual, miembros de la organización hacen una pausa para comunicar todos sus fracasos, explicando qué sucedió, por qué se fracasó, y qué se puede aprender de ello para evitar caer en situaciones similares en el futuro.

En una línea similar, en el año 2012 se originó en la Ciudad de México un movimiento denominado Fuckup Nights,

La idea es simple: tres o cuatro emprendedores disponen de siete minutos cada uno para contarle a una audiencia de cientos de personas sobre sus fracasos, con la intención de que todos puedan llevarse algún aprendizaje. La experiencia se complementa con The Failure Institute, un think tank que genera conocimiento a partir de los contenidos generados por los eventos.

En la actualidad Fuckup Nights se realiza en trescientas ciudades de ochenta países alrededor del mundo.

La idea de aprender de los errores no es nueva, aunque no es una práctica generalizada en muchas industrias.  Una notable excepción es la de la aeronáutica, donde ante cada accidente o evento que pueda representar algún tipo de riesgo, sus causas son investigadas y los resultados difundidos entre todas las partes interesadas con la intención de que tal suceso no vuelva a ocurrir.

De hecho, la razón por la que viajar en avión es tan seguro, no se debe a la naturaleza intrínseca y al funcionamiento de las partes que permiten que un avión pueda despegar, volar y aterrizar, sino a los procedimientos puestos en juego para investigar, aprender y comunicar tras cada falla.

Es ese constante esfuerzo por la mejora continua, impulsado por toda la industria, lo que hace de volar algo tan seguro.

Esto no sucede en la industria bancaria, por ejemplo, donde es imposible imaginar una situación en la que un banco le cuente a otro acerca de sus grandes errores en materia de evaluación de riesgo crediticio. De igual modo parece improbable que Coca Cola le vaya a contar a Pepsi los detalles del fracaso del lanzamiento de Coca Life.

Los competidores no comparten sus errores, y hasta cierto punto suena razonable, pero lo que no parece tan lógico es que lo mismo suceda dentro de una misma empresa.

¿Qué tan habitual es que nos animemos a contar nuestros fracasos a colegas para evitar que puedan caer en los mismos errores? ¿Cuánto valor y cuántas oportunidades se pierden por ese acto mezquino de no comunicar lo que no ha funcionado?

El hecho es que el acto de aprovechar el error como una oportunidad de aprendizaje es algo que pocos hacen, no porque no sepan cómo, sino porque muchas veces existen barreras culturales u organizacionales que lo hacen inconveniente y hasta riesgoso.

Testimonios tales como el de David Damberger, o iniciativas como la de Fuckup Nights, nos muestran que hay valor en la franca comunicación de nuestros fracasos. Tal vez sea esta una buena oportunidad para reflexionar acerca de esto, y buscar la manera de facilitar un franco intercambio de experiencias, algo que sin duda redundará en beneficios para todos.