La adopción de soluciones basadas en automatización y sistemas inteligentes plantea un desafío de muy difícil solución para la sociedad moderna.

A doce años de la presentación en sociedad de aquél documental de Al Gore titulado “Una verdad incómoda” en el que se hablaba del serio riesgo que enfrentaba el planeta por la emisión descontrolada de gases de invernadero, una nueva verdad, tanto o más incómoda que la primera, asoma en el horizonte: la posibilidad de la pérdida de puestos de trabajo a escala global como consecuencia de la adopción masiva de soluciones basadas en automatización y sistemas inteligentes.

Tal como sucede con el fenómeno del cambio climático, en el que existen diferentes posiciones en relación a las consecuencias que podría sufrir el planeta de no adoptarse medidas inmediatas, también hay varias opiniones y pronósticos sobre los posibles efectos que podría tener en el mercado del trabajo la introducción de la inteligencia artificial en el mundo de la producción.

Quienes no creen que la implementación de sistemas inteligentes vaya a causar efectos negativos permanentes, sostienen que no habrá desempleados sino trabajadores reasignados a nuevas posiciones a medida que las máquinas se vayan haciendo cargo de sus tareas. La explicación es tan sencilla como ingenua: los trabajadores cuyos puestos sean automatizados recibirán capacitación en oficios y habilidades que les permitirán ocupar otras posiciones de mayor responsabilidad y remuneración.

El problema es que para que esta situación ideal se pueda materializar deberían darse tres supuestos bastante fuertes: 1) el costo del mecanismo de entrenamiento y reubicación debería ser inferior a los beneficios que obtendrían las empresas por realizarlo, 2) todos los trabajadores desplazados deberían tener la capacidad de aprender y aplicar las nuevas habilidades requeridas para sus nuevos puestos, y 3) las empresas que se embarquen en este proceso tendrían que crecer al punto de poder absorber a todos los trabajadores re entrenados.

Un reciente estudio publicado por el World Economic Forum pone en duda la validez del primero de los supuestos, al afirmar que para el sector privado tendría sentido económico entrenar a tan sólo una cuarta parte del total de los trabajadores que en los EEUU quedarían desplazados en la próxima década debido a la introducción de procesos automatizados inteligentes, quedando el resto a merced del Gobierno Federal, ya sea para participar en programas públicos de entrenamiento, si estos existieran o, lisa y llanamente, para recibir subsidios por desempleo.

Pero suponiendo que el informe de la WEF estuviera equivocado, y todos los trabajadores pudieran recibir entrenamiento de sus propias empresas, esto no garantizaría que todos estarían en condiciones de aprovechar esa capacitación. ¿Acaso no sería demasiado optimista esperar que todos los trabajadores en una planta de empaque aprendieran a programar, a vender, a brindar soporte de post venta, a diseñar o a cuidar enfermos, a un nivel que les permitiera conseguir empleo?

Pero todavía nos queda el último de los supuestos, probablemente el más fuerte de todos. Aun suponiendo que todos los trabajadores pudieran ser entrenados, y que el costo de tal proyecto fuera justificable para el sector empresarial, para poder absorber a toda esa mano de obra desplazada, la economía en su conjunto debería crecer a una tasa increíblemente alta. Tan alta como nunca antes se ha visto en la historia de la humanidad.

Tal vez por esto es que en el sector empresario hay un doble discurso cuando se habla  de la introducción de nuevos sistemas inteligentes en los procesos productivos.  Mientras en los foros públicos se menciona la búsqueda de paliativos y la necesidad de encontrar mecanismos que permitan la adaptación y reconversión de los trabajadores que quedarían desempleados, en privado se admite que sería imposible mantener el nivel de ocupación pre existente.

En algunos casos ni siquiera esto último se mantiene en secreto, como es el caso del Presidente de la firma Foxconn, quien recientemente manifestó que esperaba reemplazar con robots al ochenta por ciento de sus trabajadores en los próximos cinco a diez años. En el mismo sentido otros empresarios asiáticos han dicho, sin sonrojarse, que aspiran a que sus compañías evolucionen gradualmente hacia un nivel cercano al ciento por ciento de automatización.

Foxconn debería crecer un mínimo de cinco veces para poder mantener el actual nivel de empleo si es que piensa desplazar al ochenta por ciento de su plantilla. Pero para que esto no generara desempleo, dicho crecimiento debería ser instantáneo, lo cual sería físicamente imposible. Los números no cierran por ningún lado.

Pero hay algo más elemental en todo este análisis que muchos parecen desconocer, o prefieren ignorar: las grandes inversiones en materia de inteligencia artificial que van a hacer las más grandes empresas en los próximos quince años no serán para mantener el nivel de empleo, sino para mejorar sus resultados netos. Así es como se analizan las inversiones y así es como funciona el mundo de los negocios.

Los primeros trabajos que se van a ir serán los que tienen que ver con tareas repetitivas o fácilmente programables, tales como choferes, repositores, cajeros y operadores de diferentes tipos de maquinaria, pero con el tiempo se calcula que hasta el cuarenta por ciento de la fuerza laboral mundial se podría quedar sin empleo.

Es cierto que cosas similares ya ocurrieron en el pasado, como por ejemplo durante la primera revolución industrial, pero ahora es diferente.  La velocidad, la tasa de aceleración y la escala del fenómeno es lo que lo convierten a esta cuestión en un desafío muy difícil de resolver.

Debido al crecimiento exponencial de las capacidades de automatización de los sistemas inteligentes, el proceso de sustitución sea tan rápido, tan agresivo y tan masivo, que todo intento para paliar sus efectos podría ser insuficiente, dejando a mucha gente sin empleo sin siquiera haber tenido la oportunidad y el tiempo para prepararse.

Ante este panorama, cabe preguntarse si todavía estamos a tiempo de hacer algo que sirva para neutralizar o al menos mitigar sus efectos.

En este sentido, la comunidad tecnológica se ha puesto a trabajar en una iniciativa tendiente a imponer límites éticos al desarrollo e implementación de innovaciones y soluciones en materia de automatización y sistemas inteligentes, procurando anteponer el bienestar general ante cualquier otro interés.

En un documento emitido por el IEEE (Instituto de Ingenieros Electrónicos y Electricistas) titulado “Diseño alineado éticamente”, se contemplan cinco aspectos fundamentales que deberían tenerse en cuenta a la hora de diseñar e implementar sistemas autónomos inteligentes: asegurar que ningún sistema infrinja derechos humanos reconocidos internacionalmente, que en su diseño se prioricen métricas relacionadas con el bienestar de la población, que se asegure una clara identificación de las responsabilidades derivadas del diseño y uso de los dispositivos, que se garantice una operación transparente y que en todo momento se minimicen los riesgos de uso indebido.

A lo largo de más de doscientos cincuenta páginas, este trabajo colaborativo producto del aporte de cientos de ingenieros, científicos y especialistas en diversas industrias, se explaya en la interpretación de cada uno de los aspectos antes mencionados, recurriendo a ejemplos y presentando situaciones hipotéticas, formulando al final de cada capítulo un conjunto de recomendaciones con la esperanza de que estas se conviertan, finalmente, en un estándar obligatorio al que deberían ajustarse todos quienes diseñen e implementen soluciones basadas en automatización inteligente.

A esta altura es difícil asegurar que esto alcanzará para impedir que una masiva adopción de sistemas inteligentes termine generando una crisis social y política a escala global cuyo desenlace nadie está en condiciones de pronosticar, pero bien vale el intento.

¿Seremos tan inteligentes los seres humanos como para que los sistemas inteligentes que seamos capaces de diseñar sirvan al propósito de contribuir al bienestar general y no exclusivamente al de un puñado de accionistas y privilegiados?

¿Reaccionaremos a tiempo como para asegurar que la adopción de sistemas autónomos inteligentes contribuya al mejoramiento de la calidad de vida en el planeta sin vulnerar los derechos humanos más elementales, entre los que se encuentra el de tener un trabajo que asegure una existencia digna?

Hasta ahora, la introducción de los más avanzados sistemas automáticos inteligentes en el mundo de la producción parece llevar al mundo entero a un gigantesco baile de las sillas, pero de nosotros depende que nadie se vaya a quedar de a pié.

Jorge Fantin