El secreto de la prosperidad reside en la efectiva implementación de políticas públicas relacionadas con la gestión del conocimiento, la educación y la seguridad social.

Al preguntarse acerca del origen de la prosperidad de las naciones, la historiadora e investigadora Elizabeth Cobbs plantea la hipótesis de que esta surge a partir de la efectiva implementación de políticas públicas relacionadas con tres pilares fundamentales: el conocimiento, la educación y la contención social.

Para llegar a esta conclusión, la investigadora buscó en la historia de su propio país, los EEUU, indagando tanto en las primeras decisiones tomadas por los padres fundadores, como así como también en las de otros personajes que, a lo largo del tiempo, contribuyeron a cimentar un camino de progreso ininterrumpido.

Pese a lo que uno podría suponer, las conclusiones de Cobbs no nos llevan a considerar los aportes de los grandes industriales del pasado o del presente, sino a la labor intelectual, política y social de unos pocos individuos no tan conocidos para la gran mayoría.

En efecto, ningún Rockefeller, Carnegie, Morgan o Ford sirve para explicar la prosperidad americana del pasado, así como tampoco Jobs, Gates, Zuckerberg o Bezos explican la del presente, porque no es la capacidad de algunos individuos la que lleva a una nación a la prosperidad, sino la existencia de un Estado capaz de generar las condiciones apropiadas para que estos puedan desarrollarse.

Los barones de la industria de los siglos XIX y XX, y los emprendedores del siglo XXI son la consecuencia, y no la causa, de la prosperidad del gran país del norte. Y lo mismo podría decirse de cualquier otra nación.

Lo que Elizabeth Cobbs propone entusiasma por su simplicidad y nos ayuda a entender nuestro presente, en el sur del hemisferio sur: es el Estado, con sus políticas en materia de protección al sistema productivo y a la innovación, el desarrollo de un sistema educativo accesible para todo el mundo y la construcción de una red de seguridad social, el que genera las bases para una prosperidad duradera.  Sin esto, todo esfuerzo individual será en vano.

Según surge de su análisis, todo comenzó con las ideas políticas y económicas de un héroe de la independencia norteamericana, Alexander Hamilton, siguió con la visión de un hombre decidido a asegurar educación de calidad a las clases menos privilegiadas, Horace Mann y se completó con una mujer que pensó más allá del presente y se preocupó por el futuro de los más vulnerables, Frances Perkins.

Comencemos con Hamilton, un héroe de la independencia de los EEUU, hombre de negocios y sustento intelectual para el proceso de redacción de la Constitución de ese país y de numerosas leyes.

Pero el aporte más significativo de Alexander Hamilton a la prosperidad de los EEUU fue su firme defensa del desarrollo industrial como condición necesaria para asegurar la grandeza de la nación. Esto, que en el siglo XXI puede parecer una obviedad, a fines de 1700 aún era materia de debate, no sólo en los EEUU sino en todas las ex colonias o futuras ex colonias del continente americano.

Lo cierto es que hubo una época en la historia de los EEUU en que políticos y empresarios estuvieron enfrentados por una grieta. En uno de los rincones estaba Tomas Jefferson, uno de los padres fundadores de la nación, quien veía con buenos ojos la idea de un país agrícola ganadero importador de productos manufacturados provenientes de Europa, fundamentalmente desde la Gran Bretaña, y en el otro estaba Alexander Hamilton, quien abogaba por la idea de un país industrializado.

Hamilton proponía la protección del mercado interno frente a las importaciones europeas mediante altos impuestos aduaneros, la creación de un sólido sistema financiero y el diseño de un marco legal que propiciara la innovación a través de una ley de patentes, proporcionando protección a los inventores locales.

Hamilton fue, antes que nada, un convencido de que la innovación era fuente de prosperidad y que por ello debía ser apoyada desde el Estado a través del establecimiento de marcos jurídicos, políticos y económicos concebidos para tal fin.

Tomemos ahora a Horace Mann.  Considerado por muchos como el padre de la educación pública en los EEUU, Horace Mann impulsó reformas en el sistema educativo del Estado de Massachusetts, luego adoptadas por el resto de los Estados, inspiradas en el sistema Prusiano y basadas en un conjunto de seis principios fundamentales: un sistema universal de educación accesible para toda la población, el soporte económico del Estado, la diversidad religiosa, social y étnica, la independencia de toda influencia religiosa, métodos y disciplina de una sociedad libre y la profesionalización de los maestros.

Mann fue el padre del sistema de educación pública en los EEUU, el implementador de un sistema de formación de maestros basado en la creación de escuelas especializadas y el artífice de un exitoso proceso de movilidad social que permitió que millones de niños accedieran al conocimiento y las destrezas que necesitaba la maquinaria industrial surgida como consecuencia de las ideas de Hamilton.

Pero si bien el crecimiento del aparato industrial norteamericano, sustentado a través del respaldo de un sólido sistema financiero y el aporte de millones de trabajadores formados gracias a la educación pública y gratuita, estaba en condiciones de generar prosperidad, aún se necesitaba un ingrediente más para garantizar su sostenibilidad en el largo plazo.  Y aquí es donde entra el Frances Perkins.

La señora Perkins fue la primera mujer miembro de un gabinete presidencial en los EEUU y estuvo a cargo de la Secretaría de Trabajo durante toda la presidencia de Frankin D. Roosevelt entre los años 1935 y 1945.

De todos los logros de Frances Perkins al frente de la Secretaría, tal vez el que haya causado un impacto más profundo y duradero en la economía norteamericana, y en la vida de sus trabajadores, haya sido la sanción de la Ley de Seguridad Social, que estableció beneficios de desempleo, pensiones y subsidios para los más necesitados.

Perkins también fue la impulsora de la Ley de Estándares para las Prácticas Laborales, estableciendo el primer salario mínimo, reglas para el pago de horas extras y una jornada estándar de 40 horas semanales.

La fórmula Hamilton+Mann+Perkins y la cuarta revolución industrial

Tal vez simplificar la fórmula de la prosperidad a tan sólo tres elementos: innovación, educación y contención social, no nos permita tener una idea clara de las dificultades que enfrenta cualquier gobierno para alcanzarla, pero sí nos sirve para identificar a tres de sus ingredientes indispensables.

Sin un aparato productivo sano y competitivo, una fuerza laboral capacitada y un tejido social capaz de contener a los que el propio sistema no pueda absorber, es imposible pensar en la idea de prosperidad. Pero como lo muestra la historia, esto depende de hombres y mujeres con las ideas claras y la capacidad de hacerlas realidad.

Cuando el mundo enfrenta la amenaza, y la oportunidad, de una nueva revolución industrial de la mano de la aparición de máquinas y sistemas autónomos inteligentes con el potencial de sustituir millones de trabajadores, cada nación volverá a enfrentar el dilema que enfrentaban Jefferson y Hamilton en el siglo XVIII y deberán decidir entre ser exportadores de productos básicos (soja, trigo, petróleo, gas, oro, etc.) y productos de complejidad que con el paso del tiempo serán cada vez menos valiosos, o posicionarse como generadores y exportadores de conocimiento.

En este contexto, el futuro pertenecerá a los países que cuenten con un Hamilton dispuesto a defender la opción de mayor valor agregado, un Mann para potenciar un sistema educativo moderno y a la altura de las nuevas necesidades, y una Perkins dedicada a tejer la red de seguridad social capaz de proteger a los que se vayan quedando atrás, que serán muchos.