Un emprendedor es, de alguna manera, un soñador.  Lamentablemente muchas veces ese sueño termina transformarse en una pesadilla producto de errores que podrían haberse evitado.

Según estadísticas oficiales, las chances de que un nuevo emprendimiento supere el umbral de los primeros cinco años en los EEUU es del 50%.   En España, ese porcentaje es del 50,79%. ¿Cuáles son las causas de tan alto índice de fracasos?

Si separamos aquellos casos de emprendimientos destinados al fracaso por fallas estructurales en sus propuestas de valor, o por su falta de capacidad para responder a cambios repentinos en el mercado, como podría ser el caso de la aparición de un nuevo competidor con mejor tecnología o costos, lo que nos queda son los casos de emprendimientos perfectamente viables que, por impericia o incapacidad de sus fundadores terminan fracasando, cuando todo hacía suponer que se trataba de una apuesta ganadora.

Por lo general se caracteriza a los emprendedores como individuos creativos, dotados de una gran capacidad de trabajo y poseedores de un fuego interior capaz de impulsarlos a hacer cosas.  Si a esto lo combinamos con la capacidad de descubrir oportunidades donde el resto de los mortales no ve nada, tendremos los ingredientes necesarios para el éxito.

Sin embargo, con esto no alcanza.

Una encuesta realizada por la compañía aseguradora Hiscox sobre una muestra de 500 dueños de empresas con menos de cien empleados, y de la cual se hace eco el Wall Street Journal en su edición del día 23 de Febrero de 2011, indica que un tercio de ellos señaló a los siguientes como sus principales errores durante la etapa de start up, y en este orden de importancia: 1) costos operativos superiores a los estimados, 2) contratación de gente equivocada, 3) insuficientes conocimientos de marketing y ventas y 4) no haber asegurado adecuado financiamiento con suficiente anticipación.

En otro artículo escrito por Rosalind Resnik y publicado en el mismo periódico el 2/9/10, la autora menciona los diez errores más comunes que cometen los emprendedores, de los cuáles se destacan: tratar de hacer todo solo, dedicar demasiado tiempo a desarrollo de producto y muy poco a las ventas, insuficiente distribución, errores de cálculo en la determinación del capital necesario (por exceso o por defecto) y ausencia de un plan de negocios (o, en el lado opuesto, excesiva atención al detalle en su elaboración, demorando innecesariamente el inicio de las operaciones)

Como puede verse, ninguno de estos errores tiene que ver con una falta de actitud emprendedora, tal y como se la entiende generalmente, sino con una notoria falta de capacidad para gestionar una empresa.

Esa falta de capacidad se pone de manifiesto cuando el emprendedor subestima la complejidad implícita en la administración de cualquier negocio, sin importar su tamaño.

Toda empresa debe ser vista como una combinación de elementos tangibles e intangibles que deben aprender a funcionar en equipo.  Es como una orquesta.  Y todos sabemos que las mejores orquestas son las que tienen a los mejores instrumentistas junto con el mejor director.  Ambos se necesitan y unos no pueden reemplazar a los otros sin poner en riesgo el resultado final.

Los hombres orquesta por lo general son simpáticos, pero suenan mal.

Conseguir financiamiento, saber cómo, cuándo y a quién contratar, entender los mecanismos por los cuáles sus productos o servicios pueden ser vendidos, y tener una mínima capacidad para proyectar costos, ingresos y flujos de fondos, son cuestiones que no pueden ser ignoradas a la  hora de pensar en un emprendimiento.

Un emprendimiento, cualquiera sea su naturaleza, debe ser tratado con profesionalidad.  Muchas veces impulsado sólo por el entusiasmo, un individuo, o un grupo de amigos, deciden entrar en un negocio que sólo conocen como consumidores, pero del que ignoran prácticamente todo, como es el típico caso de quiénes van de vacaciones y deciden mudarse y poner una hostería, o aquellos que entran en el negocio gastronómico porque les parece divertido y rentable, sin percatarse de que ese restaurant al que concurren asiduamente, y que está siempre lleno, está administrado por verdaderos profesionales con muchos años de experiencia en esa industria.

No podemos dar a esta gente improvisada el título de emprendedores, si es que al entusiasmo inicial no le suman capacidad de gestión, ya sea propia o contratada.

El emprendedorismo requiere de otros ingredientes además de capacidad creadora y espíritu de aventura.  Y si bien no se puede pretender que todo soñador con ganas de emprender sea un experto en recursos humanos, finanzas, marketing y sistemas de información gerencial, sí esperamos que sea capaz de reconocer sus propias limitaciones a la hora de decidir quién o quiénes deberán acompañarlo.

Como dijimos al principio, todo emprendedor es un soñador, y toda empresa comienza con un sueño.  De esa visión saldrán luego las primeras decisiones: buscar capital, identificar a los primeros colaboradores, planificar los primeros pasos y prepararse para el crecimiento posterior.

La clave para superar el desafío del tiempo está en saber cómo pasar del sueño a la acción.  En otras palabras, cómo pasar del hemisferio derecho al izquierdo para poner en marcha todo ese conjunto de decisiones y acciones necesarias para convertir ese sueño en una realidad perdurable.